En un convento como el de las Concepcionistas de Viveiro, vivir la gran parte de tiempo entre paredes y prácticamente sin pisar la calle, única y exclusivamente para necesidades básicas, es una experiencia cotidiana para las monjas que lo habitan. En funcionamiento desde 1601, cuenta actualmente con 12 religiosas, de entre 49 y 96 años y una media de edad bastante avanzadas, tal y como nos describe la madre abadesa Teresa Val Rouco.
- ¿En esta crisis mundial por el coronavirus, que esperamos superar, que lecciones de vida sería bueno aprender ya?
Lecciones estamos teniendo muchas pero no sé si las podremos ver. Desde mi punto de vista de la fe y de nuestra situación como creyentes y monjas orantes de clausura, estamos pidiendo a Dios, por todos los enfermos, por todos los que lo están pasando mal, por tantas personas que están sufriendo la situación y que se remedie. Sabemos que son nectarios los medios materiales pero los que tenemos fe sabemos también que la mano de Dios tiene que ayudarnos. Una de las lecciones que debemos de aprender, creo, es valorar lo que tenemos, lo que teníamos y que estamos perdiendo. Otra enseñanza que nos está dando es la fragilidad humana, nuestra impotencia… En general, pensamos que podemos con todo. Ahí está la medicina, el bienestar, los poderes del mundo..., que también podían “con todo”, incluso se notaba que en muchos ambientes lo teníamos “todo”, pero viene un “simple” virus y nos para a todos. Puede con los políticos, con el dinero, con la economía mundial… ¡Paró todo!
- ¿Cómo viven en el convento de clausura toda esta situación, que imagino también les afecta?
Nosotras vivimos en el clausura por vocación. Esta situación nos está afectando mucho. Por una parte, porque hacemos nuestros los sufrimientos de todos los que están sufriendo, sufrimos con los sanitarios, que no tienen los medios suficientes y están arriesgando sus vidas por todos los enfermos y otras personas que están sufriendo las consecuencias. Escuché hablar a un camionero que tenía que pasar muchas horas y sin poder comer porque había gasolineras cerradas… Además, sufrimos también porque vemos las noticias y estamos al tanto de lo que está pasando. Pero intentamos cumplir con nuestra misión: orar. Pedimos que lo más pronto posible desaparezca esto del mundo y es lo que estamos haciendo. Por otro lado, nos afecta también porque nosotras necesitamos de le ayuda de fuera también, de unos servicios mínimos. Por ejemplo, un convento necesita mucho mantenimiento porque también es un edificio muy antiguo y grande. Así, estamos intentando arreglarnos con lo mínimo y tener las precauciones con la gente que nos trae un servicio de fuera. Hay una actitud de precaución, de cierto miedo porque aquí también hay muchas personas de riesgo y tenemos que intentar por todos los medios que no entre el contagio. Participamos, aunque no lo vivimos como lo vivís vosotros, pero estamos sufriendo con todos.
- Lo que es vivir en sí en clausura, no supondría un cambio grande.
Solo salimos para ir al médico o hacer tan compras necesarias. Todo eso lo hacíamos, pero desde que empezó esto ya no. Ahora nos arreglamos con lo que tenemos, o pedimos que alguien nos traiga lo necesario.
- Por su experiencia, ¿qué consejos nos darían para vivir lo mejor posible el confinamiento?
Nuestro encierro es voluntario, por una motivación. Nosotras nos retiramos porque para hacer oración necesitas silencio, nada de ruidos ni movimientos. Lo que estamos haciende ya nos da una paz interior. Lo único que podría aconsejar es llevarlo con paz y esperanza, sabiendo que todo pasa y que nada es infinito en esta vida, qué vendrán tiempos mejores y que volveremos a abrazarnos. No agobiarse, llevarlo con tranquilidad y sosiego porque las cosas malas suceden igual y también tienen su fin.
Tomado de “La Voz de Galicia”, 25 de marzo del 2020
Entrevista hecha por Yolanda García
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